Nuestro Gran Río trata de incluir a todos, menos a los que traen aguas contaminadas. Ellos no pueden y no deben mezclarse. Aunque siempre algo se filtra y nos causa daño, la historia se encarga de desviarlos para otro lado, seguramente irán a parar a un gran hoyo donde su mugre quede depositada para siempre.
Nuestro Gran Río se nutre de aguas limpias y jóvenes que traen desde los confines de la patria el sonido de un pasado lleno de gestas heroicas, de hombres y mujeres que recitan loas al futuro.
Arroyos de sangre desaparecida, aparecen, confluyen, se entreveran y marcan el curso justo.
Miles y miles, millones de hilos de agua fresca que vienen de todos lados, suman su poca cosa y cuando llegan a la confluencia, asombrados, deslumbrados, se sienten parte de él y se zambullen. Nos cuentan verdaderas historias que hace mucho no se escuchaban, historias que nos conmueven y devuelven el sueño reparador, tan necesario, después de un largo camino.
El Gran Río tiene trayectos violentos, los rápidos del Gran Río nos muestran el ímpetu de la sangre joven, impaciente por devorar todo a cada paso. También hay tramos más tranquilos donde parece detenerse, incluso trayectos donde vuelve para atrás porque el terreno no lo deja avanzar, pero El Gran Río es perseverante y busca siempre un rinconcito por donde escabullir su savia e ir de a poco agrandando la grieta para fluir nuevamente. En un momento, El Gran Río llega al lugar de Los Grandes, y aquí todo es calma y regocijo, quietud, un hermoso remanso gigante donde podemos escuchar los cuentos y aventuras de las aguas más viejas, que nos relatan como llegaron hasta ahí, los escollos y peligros del camino. Después de dejarnos sus consejos, las vemos evaporarse y formar dibujos en el cielo para caer más adelante de a gotitas. De repente, esa calma, la que no logro hacerse gas, cae por una enorme catarata empujada por aguas nuevas que casi desapercibidas hacían fuerza por debajo. Surgen con furia mostrando todo su torrente y el estallido ensordecedor nos grita su liberación. Desde lo alto las viejas aguas, hechas nubes, ven reflejado su pasado ante el tremendo espectaculo. Y así, todo empieza de nuevo como la vida misma.
El Gran Río, en verdad, no sabe bien donde va, sabe que tiene que ir, sabe que naturalmente es así, sabe que lo mejor es estar contenido, ser parte, estar ahí, ser futuro, utopía. Los que viajamos en el Gran Río navegamos con las banderas de la libertad a la cabeza, dándole cabida a todo lo que nos hace bien, ya perdimos el temor a las curvas, a los grandes saltos y contramarchas, escuchamos nuestras propias canciones, no las de otros ríos, y ya no sentimos miedo, y esto, y esto si lo sabemos, no tiene vuelta atrás.